THE RITZ TEAM, JUGADORES FAMOSOS DE RULETA
LONDRES. – La Navidad ha llegado por adelantado para tres audaces apostadores que, aparentemente, echaron mano a la tecnología para hacer saltar dos veces la banca del casino del hotel Ritz y a quienes Scotland Yard les ha dado la «buena noticia» de que pueden quedarse con los 2,5 millones de dólares que recogieron como premio.
Películas hollywoodenses como «Ocean Eleven» palidecen frente a esta trama de la vida real que, de ser trasladada a la pantalla grande, sería más digna de una secuela de las «Nueve Reinas».
De acuerdo con fuentes policiales, en la noche del 16 de marzo último una «muy atractiva y chic» húngara de 32 años ingresó en la sala de juego del Ritz acompañada por dos amigos de origen serbio de 33 y 38 años sin despertar la más mínima sospecha.
Una hora más tarde, los tres festejaban a los gritos la «casualidad» de que la bolilla de la ruleta de la principal mesa del casino se detuviera en la selección donde ellos acaban de colocar una apuesta de 200.000 dólares.
Al día siguiente, el trío repitió la operación, esta vez con fichas por valor de 2,3 millones de dólares.
La gerencia del emporio hotelero de los hermanos Barclay sospechó de inmediato que hubo trampa.
Un agente de seguridad aventuró la posibilidad de que tuvieran un scanner dentro de su teléfono celular con el cual habrían podido medir la velocidad de la bolilla tan pronto el croupier la lanzaba y así calcular dónde caería.
Segundos antes de que la bolilla hiciera su tercera vuelta (momento en el cual todas las apuestas se cierran y el croupier proclama el «¡no va más!») la información aparecería como un mensaje en el celular, a tiempo para saber dónde colocar las fichas.
La hipótesis cibernética fue lo suficientemente convincente como para motivar el arresto del trío.
La policía se incautó de sus celulares, revisó celosamente las habitaciones donde se alojaban en un hotel cercano y analizó todas las imágenes recogidas por el sistema de cámaras de circuito cerrado del casino.
Colegas en Budapest confirmaron que la mujer era «muy conocida» por haber ganado en forma extraña sumas extraordinarias en juegos de azar, razón por la cual se le había vedado el ingreso en todos los casinos húngaros.
En el ínterin, los sospechosos fueron dejados en libertad bajo fianza con la obligación de reportarse a una comisaría una vez por semana.
Pero tras nueve meses de costosas pesquisas, Scotland Yard tuvo que tirar la toalla: el trío fue exonerado por «falta de pruebas».
En resumen, una de las más avanzadas fuerzas policiales del mundo no pudo determinar cómo estos apostadores emprendieron su fraude.
Ergo, no tuvo otra opción que permitirles abandonar el país con sus 2,5 millones de dólares de ganancias en la valija.
El azar, en juego…
El fracaso de Scotland Yard no sólo fue una mala noticia para el Ritz.
El futuro de la industria del azar está, literalmente, en juego. «Si están usando una tecnología que no logramos comprender, lo más probable es que, tarde o temprano, eliminen el elemento de suerte sobre el que descansa nuestro sector y terminemos todos fundidos», advirtió Roy Ramm, director de seguridad del grupo de casinos London Clubs International (LCI), rival del Ritz, que, por su parte, ha decidido no hacer declaraciones.
Peor aun este trío de Europa del Este no es el único grupo que recorre el mundo atacando exitosamente la noción misma de aleatoriedad de los juegos de azar.
A mediados de la década del 90, un grupo de graduados del Massachusetts Institute of Technology (MIT) prácticamente desvalijó todos los casinos de Las Vegas aplicando sus conocimientos para determinar las cartas ganadoras en las mesas de póquer mediante un complejo método de análisis de probabilidades.
El sistema de «contar cartas» que permite a hábiles jugadores de Blackjack determinar cuántas y cuáles cartas quedan sobre la base de las que ya fueron barajadas no es ilegal.
Los casinos norteamericanos tuvieron que invertir más de 30 millones de dólares en un sofisticado sistema de videoidentificación que compara en cuestión de segundos la fisonomía de todos los jugadores con un banco de datos de apostadores sospechosos, lo que permite así «invitarlos a partir» tan pronto ingresan en sus instalaciones.
El problema es que la banda del MIT, tras dejar su marca en los casinos de Mónaco y la Riviera Francesa antes de que éstos pudieran montar una ofensiva, parecen haber vendido su método a otros grupos cuya identidad sólo es reconocida cuando ya cometieron el crimen.
«Tenemos que ponernos en «alerta roja» y unir fuerzas a nivel internacional. De no hacerlo, pronto la industria del juego no será más que historia», advirtió Ramm.
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